¿Qué habrá sido de mi diario? Antes escribía sobre la sangre. Pero en algún momento me di cuenta de que ya no me quedaba sangre. Que estoy toda seca. De sangre y lágrimas. Como la flor esa que cuidaba y se secó en mi ventana. ¿Por qué escribir me hace esto? ¿Quién fue Medea? Acá hay algo de mi voz, de mi enunciación que se convierte en una forma de exploración. Tengo ganas de gritar. Pero yo no puedo gritar, gritar no me gusta. Me da miedo gritar. Medea tenía dos hijos y los mató. Yo la imagino asfixiándolos con placer. ¿Asesiné a las plantas con placer? Dicen las voces que tengo que expresar mi enojo. Que hay una máscara que me separa. Quiero escribir el ensayo teórico y político de nuestras vidas maricas. Pero no puedo. No debo. El sol viene y se va. Acá dentro hay algo que tiene que ver con la furia. Con el furor. Con arrancarse los ojos y masticarlos a los gritos. Con escribir un poema tan duro que el papel te corte y sangres. ¿Cómo expreso la furia? Cuando camine sobre el césped te voy a escupir mientras me río. Como esas ciudades que se llevaron las catástrofes. Medea es una forma de la furia marica, del rencor marica. Pero ¿cómo se expresa Medea marica que ya asesinó a sus hijos y asfixió a sus plantas? Está atrapada en una prisión de silencios y mentiras. Una cárcel desplazada. A Medea marica la obligaron a asesinar al bebé marica, a la niña marica, a la adolescente marica. Y los adultos la usaron, las serpientes treparon por su pierna y se le metieron por el culo y por la boca. Medea marica no se dio cuenta. Cuando lo notó ya era tarde, estaba cautivada por la piel de la serpiente. Había perdido lo que le quedaba de confianza. Había perdido su voz. Y las serpientes y la furia la apresaron. Pero con algo no pudieron: el placer de Medea marica se quedó muy adentro. Y se fue convirtiendo en su resistencia. En el placer encontró refugio. El placer de asfixiar a sus hijos y asesinar a sus plantas. Un placer que saboreaba todos los días en su prisión. En secreto, sin voz. ¿Cómo expresar la furia si no se puede hablar? Alguien susurró eso en mi oído luego de abrir la puerta de la prisión. Medea marica vomitó y cagó a las serpientes. Algunas escaparon. Que tiemblen. Tiemblen. “Mírenme y tiemblen” dijo Medea marica. Porque podía hablar. Aprender le iba a llevar algo de tiempo. Pero el libro de la venganza había comenzado a escribirse. Y las serpientes temblaron. Sabían que el libro iba a ser la expresión definitiva de la furia, el odio y el rencor marica de Medea marica. El libro de la venganza marica que cuando lo abras te va a cortar las manos hasta secarte de sangre y convertirte en un cadáver más de esos que Medea marica va a usar para alimentarse y limpiarse el culo.